viernes, 12 de noviembre de 2010

Llamadas que no suenan. La primera vez.

La música amenizaba la hora de viaje diaria. Sus artistas favoritos le ponían banda sonora a la película que representaban cada día la gente que subía y bajaba del tren.

Con Fran Sinatra finalizaba el trayecto, bajó del vagón y aquel día, a pesar de la aglomeración en las escaleras mecánicas y lo vacías que estaban las de obra, prefirió coger las primeras. Picó el billete, pasó las puertas automáticas que se abrieron delante de él y salió al exterior. Estaba claro, ya empezaba el invierno, el pequeño gesto de encogerse de hombros, subirse las alas del cuello del abrigo y hacer esa horrible mueca al notar el frío aire en su cara, lo afirmaba.

Aun que no le gustaba el invierno, le encantaba verse reflejado en todos los cristales de la calle cómo le quedaba el abrigo largo. Le hacía elegante y parecer mayor, también le daba un aire de inteligencia y un toque interesante.

Subió el ultimo de los escalones que separaban la estación subterránea de la calle, y mirandose en todos los cristales, se dirigió a paso ligero a la boca del metro para coger la línea 2 y dirigirse a su universidad.

El metro como cada mañana iba muy lleno, pero aquel día, raro en ello, consiguió sentarse. Estaba sentado al lado de una mujer, de buen año, vestida con muchos capas de ropa y un gran abrigo, y ataviada con miles de collares y complementos. En aquel momento mirando a la mujer de arriba abajo con disimulo, solo le vino a la mente las palabras de la gran Coco Channel "Quítate siempre el último complemento que te pongas" Pero en un tono burlesco pensó:

- Debería de quitarse alguno mas que el último.

Siguió observando, como siempre. Era un chico muy observador y le encantaba inventar y predecir de algún modo la vida de ellos según su vestimenta o su manera de actuar.
Pero aquella mañana fijó la vista en alguien, alguien que le había llamado la atención en especial. Su aspecto, su ropa, la tranquilidad y la dulzura que desprendía. Sus ojos clavados en el libro que llevaba entre sus grandes manos y esos labios balbuceando lo que leía. Lo hechizó.